viernes, 12 de octubre de 2012

Las diez y diez


Ese día Jimmy se levantó ilusionado porque justo miró el reloj a las diez y diez, la hora que marcan las saetas en las mejores relojerías. Solo en las de los relojeros que insertan en el subconsciente colectivo la V de victoria. Saben que así hay más posibilidades de que se transforme en la V de venta. Las diez y once. La V ya se abría y Jimmy supo que hoy debía ser auténtico.

Seré sincero. Usaré el silencio si no tengo nada que decir. Diré lo que pienso en todo momento. Seré fiel a mis principios y no los violaré por intentar agradar. Pero seré amable. Jimmy siempre lo era.

Decidió que estos mismos pensamientos para el día de hoy serían los que contaría abiertamente a cualquiera que se le acercase a preguntarle qué tal. Y lo hizo. Y terminó su día cabizbajo, con un ligero temblor de manos y un incómodo sudor frío que le obligaba a ponerse y quitarse la chaqueta cada dos por tres.

No es que nadie le hubiese tratado mal y tampoco que Jimmy no hubiese sido todo lo auténtico que se había propuesto. Lo que pasó es que su autenticidad había sido correspondida con medias sonrisas que dibujaban la palabra iluso. Quien se atrevió a responderle le llamó  “optimista” porque “con los tiempos que corren…”.

Jimmy entró en una relojería con muchas uves y abrazó al relojero. Ambos sintieron que allí no corría el tiempo, al menos de esa manera.

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