martes, 30 de octubre de 2012

El necesario miedo al ridículo

Existen muchos tipos de miedo, pero sólo merece la pena tener miedo al ridículo. El sentido del ridículo no es uno de los cinco sentidos que enseñan en el colegio. Jimmy creía que debería incluirse en la lista. El cowboy mantiene el cigarrillo humeando en la boca mientras levanta el poncho lo justo para que asome un poco la pistolera. Desenfunda. Usa el arma y ningún espectador puede quejarse de su puntería. Comienzan a retirar los carteles de “se busca”. En la taberna le sirven el mejor guiso, se acerca a pagar a la barra y la camarera le dice “perdona, llevas un poco de salsa en la comisura de los labios, pero no es nada comparado con el moco que te asoma de la nariz”. Toda la clientela puede escucharlo, lo miran y él no encuentra momento para limpiarse el moco. Ya nadie recuerda que aquél hombre les ha liberado de un malhechor solo una hora antes.
Jimmy esquivó esa peladura de plátano a la perfección, con disimulo, casi pareció un elegante paso de baile. Y se sintió orgulloso.

viernes, 12 de octubre de 2012

Las diez y diez


Ese día Jimmy se levantó ilusionado porque justo miró el reloj a las diez y diez, la hora que marcan las saetas en las mejores relojerías. Solo en las de los relojeros que insertan en el subconsciente colectivo la V de victoria. Saben que así hay más posibilidades de que se transforme en la V de venta. Las diez y once. La V ya se abría y Jimmy supo que hoy debía ser auténtico.

Seré sincero. Usaré el silencio si no tengo nada que decir. Diré lo que pienso en todo momento. Seré fiel a mis principios y no los violaré por intentar agradar. Pero seré amable. Jimmy siempre lo era.

Decidió que estos mismos pensamientos para el día de hoy serían los que contaría abiertamente a cualquiera que se le acercase a preguntarle qué tal. Y lo hizo. Y terminó su día cabizbajo, con un ligero temblor de manos y un incómodo sudor frío que le obligaba a ponerse y quitarse la chaqueta cada dos por tres.

No es que nadie le hubiese tratado mal y tampoco que Jimmy no hubiese sido todo lo auténtico que se había propuesto. Lo que pasó es que su autenticidad había sido correspondida con medias sonrisas que dibujaban la palabra iluso. Quien se atrevió a responderle le llamó  “optimista” porque “con los tiempos que corren…”.

Jimmy entró en una relojería con muchas uves y abrazó al relojero. Ambos sintieron que allí no corría el tiempo, al menos de esa manera.

lunes, 16 de julio de 2012

Jimmy y el Tour de Francia

Jimmy entró en la taberna. Fuera había tormenta. La combinación de graves y agudos de truenos y copas de cristal apoyaba la agitación interna del protagonista de esta historia, que no era Jimmy.

Se llama Jou Fox, introdujo a Jimmy la camarera. Se pasa aquí todo el día. Bebiendo.

Jimmy miró a Fox con la triste certeza de que aquella mirada nunca sería correspondida.

Cabizbajo, Fox bebía, negaba, volvía a beber. Al menos Jimmy notó el típico hilo espiritual que une a dos compatriotas fuera de su tierra. Las vidas de Jimmy y de Jou habían coincidido en aquella taberna del pirineo francés. Jimmy quería saberlo todo y la camarera tenía ganas de hablar.

Hacía entonces justo un año, los agricultores de la zona decidieron formar con sus tractores una bicicleta en movimiento para llamar la atención de la televisión que retransmitía el Tour de Francia desde helicóptero. Se daba en directo, por lo que alguien se encargaría de grabar en vídeo la retransmisión de ese día para que los agricultores pudieran ver el efecto de su bicicleta desde el aire.

Diez tractores formaban el cuerpo de la bici y otros veinte se distribuían en círculos a modo de ruedas en movimiento. Estaban perfectamente sincronizados para que las ruedas de la bici girasen al unísono. El ensayo duró dos semanas.

Todos tenían claro que sería Jou Fox quien se encargaría de grabar la retransmisión del Tour en una cinta de vídeo desde su casa. Era americano y todo el pueblo asociaba su apellido al mundo del cine, aunque Fox siempre se dedicó al cultivo del algodón y nunca había dado a entender otra cosa.

El helicóptero sobrevoló la finca de Pierre y las cámaras captaron a la perfección el efecto de la bicicleta móvil. La camarera lo recordaba perfectamente.

Pero  Jou no lo grabó. Tartamudeando se lo explicó a los agricultores. No había seguido los pasos correctos para que empezase a grabar la cinta. Los agricultores nunca se lo perdonaron. Venía de América.

Por compasión, Jimmy se acercó a Jou. Le diría algo en inglés para intentar animarlo. No pudo. Jou balbuceaba algo así como “play… y, una vez corre la cinta, le doy al rec… pero no fui capaz”.

jueves, 12 de abril de 2012

La gente se mataba por trabajar

La gente se mataba por trabajar. O eso parecía. A Jimmy le pareció que esa chica se estaba comiendo un helado, pero resulta que estaba opositando, así se lo hizo saber a una amiga que le había preguntado “¿qué haces?”. “Pues, de momento, opositar”, respondió con la boca medio congelada.
La otra dijo estar en el paro, cuando Jimmy veía que estaba ahí mismo, delante de él.
“De casa al trabajo y del trabajo a casa” se comentaba en un grupo de enfermeras uniformadas mientras fumaban en la terraza de una cafetería.
Jimmy cruzaba una explanada donde estaban montando una carpa de circo. Una oscura pátina apagaba los colores de la gran lona. “La cosa no está para reírse”, comentaban dos payasos. “Ni para tirar cohetes” añadió el pirotécnico. “Estoy en la cuerda floja”, lamentó el trapecista. Fue entonces cuando el contorsionista sintió que todo se torcía.
“¿Y tú qué quieres ser de mayor?” preguntaba la adivina a un niño. “Señora, ¿está de broma, no?”, respondió el pequeño.
Jimmy se percató entonces de que había varias dimensiones acústicas. En una de ellas cantaban los pájaros. Se sentó al sol. “Soy estudiante”, dijo Jimmy a su compañero de banco. “Joven, no tiene que darme explicaciones, estoy jubilado”.

viernes, 23 de marzo de 2012

Jimmy suspende un examen


Había suspendido un examen. Jimmy estaba hundido. Había guerras, hambre, personas que tenían que caminar kilómetros para conseguir un poco de agua. Pero aún con todo, Jimmy no podía digerir el suspenso.
A su alrededor, sus compañeros de clase reían. Parecían felices los que habían sacado las mejores notas y también los que no. Jimmy no envidió a los primeros. Sin embargo sintió una gran admiración por los que habían rozado el cero y sonreían. Ellos sí eran capaces de dar al suspenso la importancia que se merecía. Parecían conscientes del lugar que ocupaba su cero en el universo, en la evolución humana.
Centró su atención en una raya de sol que se había colado por la ventana e iluminaba su cuatro rodeado en el papel. Pensó entonces que ese era un buen número. Y no era fácil obtenerlo.
Ese número de aspecto amable había comenzado a absorber las lágrimas de Jimmy, pero no pudo con todas y reventó expandiendo tinta roja. Aunque el número entero desapareciera Jimmy había sacado un cuatro. Pensó en la tristeza que podía sentir el cuatro bajo su mirada. Era injusto que ese número cargase con su rabia. Intentó mirarlo con amabilidad, pero no le salía.
Pronto comprendería que si quería aprobar debía limitarse a poner en el examen lo mismo que la profesora les había explicado en clase. Lo mismo que ya ponía en los libros.
Aprobaría, pero para Jimmy, sus notas no tendrían ningún mérito. Pensó que las usaría de manera estadística para controlar el nivel de su memoria.